Los historiadores Agustín Fernández y Valentín González, miembros de la Asociación de Investigación Histórica de Vicálvaro ‘Vicus Albus‘, han publicado un libro titulado ‘Los alcaldes de Vicálvaro 1851-1951’, un análisis de los cien años de actas del antiguo ayuntamiento del municipio. Ha sido editado y sufragado por Artelibro y apoyado por la Junta Municipal del distrito de Vicálvaro.
¿Por qué se lanzaron a escribir un libro de los alcaldes de Vicálvaro?
Valentín González. El especialista en Vicus Albus en todo el tema de actas es Agustín. Esta repasando todo el archivo de Vicálvaro y todas las actas, más de ochocientas páginas. De ahí surge la idea del libro. Íbamos a buscar los actos que hicieron. Nos fuimos durante casi un año al Archivo Histórico de Protocolos de la Comunidad de Madrid a buscar los nombres de los alcaldes y encontrar lo que hacían no solamente con el mandato, que hacían una determinada labor para el desarrollo del pueblo, que eso consta en las actas, sino lo que hacían en su vida privada.
Agustín Fernández. Nos ha interesado, aparte de su vida pública, su vida particular dentro de lo que hemos visto en el Archivo de Protocolos. Su vida particular socialmente porque así sabemos en parte cómo eran. Si sabemos por las actas cómo era uno de ellos, Anselmo Muñoz Vázquez, que sabemos que tuvo problemas en la plaza pública porque, de hecho, a él y a sus concejales los insultaban y los amenazaban porque teóricamente habían robado o habían utilizado influencias. Pero, de los demás, no conocemos su vida social, pero sería interesante saber qué hacían, no obstante. Eso es un paso más que hemos dado a través de lo que compraban, vendían, daban poderes o recibían poderes, para ver algo más de lo que era ser un alcalde, porque un alcalde llevaba al municipio, pero tenía un poco tiempo dedicado al municipio. El resto del tiempo, trabajaban. Muchos de ellos eran agricultores, arrendatarios y arrendadores.
¿Por qué han elegido la franja entre 1851-1951?
A.F. No existen papeles antes. Las actas existen desde 1864. Hemos reconstruido lo anterior a ese año con otros documentos complementarios como el Boletín Oficial de la Provincia. Y 1951 es porque dejó de ser pueblo.
Al estudiar los alcaldes, de fondo, parece que trasciende la evolución de la liberalización y democratización de España. De caciques como Leandro Sevillano o Silvestre Yagüe al ayuntamiento.
V.G. Leandro Sevillano era de familia muy pudiente. Silvestre Yagüe era un personaje donde los haya. Era el alcalde y el sacristán. Legó el puesto de sacristán a su hijo. Hay un montón de cartas al Arzobispado de Toledo en las que reclamaba las cantidades que esta entidad le debía por sus servicios. El cura de Vicálvaro, en una misa, dijo que tenía miedo del sacristán.
En la Vicalvarada estuvo Eugenio Contreras.
A.F. Tuvo una legislatura horrorosa. Pasó de un lado del espectro político a otro totalmente. No hay actas de ese año en el ayuntamiento. Sólo consta sobre el municipio una pelea en los medios de comunicación entre Contreras y Yagüe.
V.G. La Vicalvarada fue un hecho circunstancial y anecdótico para Vicálvaro. Lo único que supuso es que O’Donnell pasó por aquí, se tomó unos menudillos de gallina con el duque de Sevillano en su casa, y, luego, se fue a Manzanares. No supuso nada. Sólo puso el nombre. Lo digo siempre en los recorridos: no tiene ninguna repercusión histórica. Es cuando el pueblo se levanta contra el Gobierno cuando triunfa el golpe. De hecho, O’Donnell se fue de aquí a Andalucía con el rabo entre las piernas porque había perdido. Lo único que supuso es que nos han puesto un obelisco en medio del parque y la gente se piensa que fue allí la batalla, cuando fue en La Elipa, que pertenecía al municipio.
El otro hito vicalvareño del período fue la cesión de La Elipa y los terrenos del cementerio del Este.
V.G. Fue en 1884 y creo que fue un error del alcalde. Nunca me explicaré porqué un ayuntamiento como el de Madrid pudo construir un cementerio fuera de su término municipal ¿Dónde está escrito eso? No lo soporta ningún derecho administrativo. Claro, el ansia de cobrar del ayuntamiento de Vicálvaro, llevó al alcalde a querer cobrar el paso a los coches fúnebres, lo que provocó que Madrid se quedase con todo ello. No debería haber existido esa decisión.
En la primera parte del libro, hasta la Restauración, los alcaldes duran poco y, luego, empiezan a durar más.
A.F. Cada dos años, se realizaban elecciones y se cambiaban los concejales. Entre los concejales, elegían al alcalde. Hubo alcaldes que aguantaron con distintos gobiernos porque los concejales del pueblo, entendían que era el que llevaba mejor las riendas.
Pero estaba todo sometido a Gobernación. ¿Hasta qué punto tenía poder un alcalde?
V.G. Gobernación tenía mucho peso. Cualquier cosa que hacían tenía que hacerse con permiso del gobernador. De hecho, me sorprende por qué se nombraban esos alcaldes y concejales. Podía saberse por los patronos si sabían escribir y leer, pero poco más ¿Cómo sabían su afiliación o su validez? Los nombraban y destituían desde Madrid. En las actas, siempre se aprobaban solicitudes a Gobernación. No se han conservado las autorizaciones.
Otro poder que expandía sus alas, por encima del ayuntamiento eran los terratenientes ¿Qué poder tenían sobre esos alcaldes y esos ayuntamientos?
A.F. Ahí vamos a la vida particular de cada alcalde. Sabemos lo que está en las actas. De la condesa de Vega del Pozo sabemos mucho porque aparecía a menudo en la documentación.
V.G. Los Sevillano tuvieron mucha importancia en el siglo XIX. Entonces, influirían mucho en el pueblo. Los favores prestados, el trabajo que daban en la finca, etcétera, supondrían un poder político. Tendrían concejales afines que votarían lo que querían. El propio duque fue alcalde en 1823. Lo mismo pasa con los Madrid Dávila. El poderío económico hacía mucho.
Otra evolución que se observa en el pueblo es la económica. De un perfil agropecuario se pasa a otro más industrial ¿Cómo actúan los alcaldes ante esa evolución?
V.G. No sé si los alcaldes tuvieron mucho que ver en eso. La propia fábrica de cementos se instaló porque lo decidió la dirección de la fábrica de Vallecas. En algunos temas, el ayuntamiento llegó hasta tarde: cuando decidieron presentar Vicálvaro como lugar para instalar el futuro aeropuerto de Madrid, se le había adelantado Barajas. Las grandes industrias no han sido por una acción directa de los alcaldes.
Pero, ¿estos poderes han tenido luego influencia en el ayuntamiento de Vicálvaro?
V.G. Sí, pueden haberla tenido. En el Ayuntamiento había encontronazos porque, por ejemplo, después de la guerra, todos los concejales eran industriales. Los Tahona, Los Peláez, Los Barral, Isidoro Montero… Pero sólo sabemos lo que había registrado en las actas. Sabemos que Pedro Escarbassière, en 1923, tenía una tienda de ultramarinos y que Alejandro Rebollo era un promotor inmobiliario. Hilario Manso tenía una tienda de paja y piensos.
Una constante de las actas era el problema económico de las arcas municipales.
V.G. En el 99 por ciento. No conozco ningún estudio económico de los pueblos circunvecinos que demuestre que Coslada, Vallecas, Rivas, San Fernando, etcétera, que nadara en la abundancia. Subsistían como podían. Es verdad que Vicálvaro estaba un poco más cerca de la capital y tenía la barriada, que podía ser un foco de ingresos adicional para el Ayuntamiento, pero también estaba mal. Piensa, por ejemplo, en la desamortización de propios que se hizo en el siglo XIX. Se quitó a los ayuntamientos la posibilidad de arrendar sus bienes. En Vicálvaro pastos, las tierras de Ambroz, el arroyo del Juncal…
A.F. Cuando se quitó La Elipa para hacer el cementerio, el alcalde se quejaba de que se les privaba de una zona industrial. En la desamortización, se les dejó una deuda del tres por ciento de la que, se supone, se les iban a ir pagando anualmente los intereses, pero el pago era teórico. Nunca lo cobraron. Se creaban impuestos, como el de los solares sin urbanizar, que muchos vecinos lo reclamaban para no pagar.
Es decir, que el sistema era prácticamente el autoabastecimiento.
V.G. Para mí, hasta que no llegó la democracia a los ayuntamientos y el Estado participó de esos ingresos, y se actualizaron los impuestos, los ayuntamientos eran deficitarios.
O sea, que los municipios se articulaban en torno a fincas y los ayuntamientos daban cuatro servicios.
A.F. Hago varios apuntes al respecto. No les daba para más. Hacían malabares para poder mantener las escuelas, ayudar a los pobres, etcétera. Yo no sé ni cómo se mantenían. Ya en los años 40, los presupuestos se fueron multiplicando.
¿Hubo alcaldes que no eran del pueblo?
V.G. Muchos alcaldes fueron de la barriada porque tenían más votos que aquí. De hecho, quisieron llevarse el ayuntamiento a la barriada. Otros alcaldes no eran ni del pueblo. Jesús Díaz Montero venía de Madrid. Pero hubo otros que tampoco eran de aquí. Sobre todo, en época del Régimen. Francisco Román Sánchez no tengo constancia que fuera del pueblo.
¿Los alcaldes cobraban por su trabajo?
A.F. Ninguno cobraba nada, exceptuando Rafael Carravilla. Ese no solamente cobraba, sino que se llevó un montón de pasta. Se llevaba el uno por ciento de un presupuesto de 40.000 pesetas, que aumentó en el siguiente a 70.000. Una fortuna en la época. Estamos hablando de después de la guerra. Cuando lo quitaron, dijeron que cómo podía ser que una persona falangista, que, en teoría venía a poner la paz y el orden, y a dar la sangre, se hubiese llevado el dinero. Al parecer, se iba por la noche con unos compañeros suyos a cambiar documentos al Ayuntamiento. Si había una factura pagada tres veces, se encargaba de poner otra falsa. Era algo rocambolesco. Hubo otros alcaldes que hicieron mucho por el pueblo, como Fermín Manzano Torremocha, que le dieron dos cruces, la de Isabel La Católica y la de Carlos III por su buena administración. En un año, plantó unas alamedas y otros muchos árboles y le dio el título de hija adoptiva a la duquesa de Sevillano por su labor caritativa.
Una mujer muy notable.
V. G. La duquesa dejaba sus obreros para ayudar aquí a hacer calles y demás. De hecho, cuando en tiempos de invierno, que no había trabajo, la duquesa cogía, a lo mejor, 20 o 30 personas y las ponía a trabajar para ella para para poder pagarles cuando más falta les hacía. Después de 35 o 38 años en la asociación, he descubierto esta labor a través del estudio de Agustín. Los braceros lo pasaban fatal, había meses o semanas que no tenían trabajo y pasaban hambre. Iban al Ayuntamiento a pedir chuscos de pan. Esta mujer pagaba obras que tenían que hacerse en el pueblo, como el camino de Vallecas o ampliar el cementerio, para que comiesen.
¿No funcionaba una beneficencia municipal?
A.F. Había una beneficiencia en el Ayuntamiento que entraba siempre en los presupuestos. Era una partida que atendía a unas 200 familias, que es una bestialidad porque Vicálvaro no llegaría a dos mil habitantes. Como curiosidad, en época de Anselmo Muñoz, había en la lista de beneficencia otro Anselmo Muñoz, el menor, de la misma familia, que recibía ayudas.
¿Hubo corrupción en Vicálvaro?
A.F. Cinco fueron acusados de malversación. De ellos, se sabe que cuatro devolvieron el dinero. Por ejemplo, Anselmo Muñoz Vázquez no sólo devolvió sino que le embargaron fincas. Por ejemplo, si le acusaban de haberse llevado, teóricamente, 300, le llevaron 600 y los tuvo que reclamar, aunque nunca se supo si los recuperó. Luego hay un caso en el que acusan a un alcalde y, al parecer, era el secretario, que fiscalizaba, el que estaba detrás del engaño. No obstante, el alcalde más cuestionable que hubo fue Alejandro Rebollo. Además, no le importaba cambiar de chaqueta porque estuvo con Primo de Rivera y con la República. Un secretario se le enfrentó y no paró hasta echarle. Iba a por sus enemigos y era el que mandaba.
V.G. Después de la guerra, uno de los grandes capitostes era Joaquín Barral, procedente de la famosa familia de Coslada. Fueron alcaldes él y su hijo. Una de las cosas curiosas que nos ocurrió haciendo el libro fue que vinieron unos vecinos de la barriada de Pueblo Nuevo a ver el museo de Vicus Albus. Y una señora nos dijo que era la nieta de Hilario Manso, primer alcalde después la guerra. Nos dado fotos del alcalde y su familia, su DNI, hemos hecho fotos de su tumba. Supongo cuando lean el libro familiares de estos alcaldes dirán que lo que decimos es sólo una parte de lo que pasó, pero es lo que hemos podido obtener de los documentos. Por ejemplo, escribimos un artículo de Pedro Escarbassière, el segundo alcalde que estuvo más tiempo en el puesto después de Francisco Rodríguez, panadero de origen francés, y su nieta, que vivía en Francia me dijo que su abuelo no había robado nada y que le embargaron de todo: caballos, fincas, grano, piedra que vendía a Madrid y que luego donó al municipio.
¿Cómo se vivió la guerra en el cargo?
A.F. La guerra civil fue muy dura en Vicálvaro porque no había comida. Se crearon cooperativas para gestionarlos y se persiguió el estraperlo. Aquí estuvieron las brigadas internacionales. Las monjas tuvieron que irse del convento. Se confiscaron edificios de la duquesa y la Compañía de Jesús. Pero no hubo nada grave porque no fue frente. Hubo actuaciones de los republicanos y alcaldes fusilados, Agustín San José, Julián Peiró y Pedro Gutiérrez.
Tras la guerra, comenzó un proceso que llevó a la absorción de Vicálvaro por parte de Madrid ¿Cómo se reflejó en las actas?
A.F. El ayuntamiento y los comerciantes actuaron de manera colaboracionista con Madrid. El primer proyecto de Madrid era quedarse con la barriada, no con todo el pueblo. El alcalde se quejó de que, si le quitaban la mayor fuente de ingresos por impuestos, después de haberle quitado la tierra del cementerio del Este, a Vicálvaro lo arruinaban.
V.G. A partir de 1946, el alcalde que se oponía a la absorción y a la Ley de Ordenación Urbana, era destituido por el Régimen. Le ocurrió a Francisco Román Sánchez, alcalde de Vicálvaro y Hortaleza y falangista de pro. No había contestación por parte del pueblo llano, que estaba preocupado en sobrevivir. Los comerciantes fueron unos advenedizos porque eran todos de la barriada y les venía mejor estar en la capital que en un pueblo. Pero es comprensible a nivel geográfico. El pueblo, el 22 de octubre, cuando se despertó, no notó nada porque seguía viendo a Fausto Dones en el ayuntamiento, pero era ya delegado municipal. Vieron a los mismos funcionarios. La gente sólo notó el cambio porque tenía que hacer los papeles en el puente de Vallecas.
¿Qué supuso que Vicálvaro pasase a tener un concejal de Madrid en vez de un alcalde?
V.G. Lo peor que le pudo pasar. No encuentro palabras para describir lo que podría haber sido este pueblo y lo que es. Lo que es está bien por Madrid. Como pueblo propio, sería mucho mejor porque tendríamos una economía mucho más saneada, comparada con cualquier pueblo de alrededor. Habríamos designado nuestro plan general, nuestras vías… No que tengamos que depender de un técnico de la Gerencia. No tener un alcalde que viene una o dos veces por legislatura y que, cuando viene, parece ser que es el rey del mambo. Si fuéramos municipio propio, tendríamos al alcalde en la plaza de Don Antonio Andrés. Le podríamos increpar desde el bar de la esquina. Pero, ahora, ¿a quién increpas? El concejal actual está orgulloso de celebrar el aniversario de la anexión a Madrid. Yo no voy a celebrar nada. Yo estoy de luto. Estoy totalmente en contra, a todos los niveles. Te dicen que tenemos Metro, y Arganda, y no es de Madrid. Tenemos universidad, y Fuenlabrada también. Y cualquier cosa que me digas, te respondo igual. Que ha mejorado la cosa desde 1951, no faltaría más. Pero, todo lo que ha venido, lo habríamos tenido igual porque lo tienen los demás.
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