Pedro Montoliú: «Durante la República, en Madrid, se amplió la Castellana, se crearon los nuevos ministerios y se finalizaron varias facultades de la ciudad universitaria»

por | 3 Jun. 2024 | 0 Comentarios

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Pedro Montoliú (Madrid, 1954) es periodista, cronista oficial de la Villa de Madrid y vicepresidente del Instituto de Estudios Madrileños. Atendió a Nuevo Sureste para presentar su nuevo libro de historia, el vigésimo primero. Se titula ‘Madrid en la República. 1931-1936’.

En su relato de Madrid en el siglo XX tras estudiar Madrid en 1900 hizo un salto y pasó a la Guerra Civil. ¿Por qué entonces evitó el período de la Segunda República Española?
Quizás fue una razón psicológica. Cuando escribí el libro de la guerra, en todas las entrevistas que hice para documentarme con los que entonces vivieron la época, sus referencias siempre eran hacia el conflicto armado y hacia los siguientes años del hambre y la posguerra, pero curiosamente apenas mencionaban la República. Dado que la República es, junto a la Guerra Civil, los períodos más conflictivos del siglo XX decidí posponer el estudio de la etapa republicana y hacer una buena investigación ya que si bien se ha escrito mucho de esos años, muchos de los estudios realizados son bastante tendenciosos en uno y en otro sentido. Cuando hice el libro de Madrid de los felices años 20, me di cuenta de que fue entonces cuando se empezó a gestar realmente la guerra y pensó que había llegado el momento de hablar de la República.

¿Y qué ha hallado en su investigación?
Para mí ha sido un auténtico descubrimiento porque de la República se habla de una forma muy lineal, como si los cinco años que precedieron a la guerra hubieran sido similares. No estoy de acuerdo con esos planteamientos que catalogan la etapa como la más conflictiva desde el punto de vista social y del orden público o se limitan a decir que fue el momento cumbre de la democracia en España antes de la transición. Fue todo eso y mucho más.

En el libro de los años 20 decía que la dictadura de Primo de Rivera fue el germen de la Guerra Civil. ¿Qué papel jugó entonces la República en ese proceso?
Primo de Rivera descabezó todos los partidos políticos y suprimió las Cortes. Cuando fue obligado a dimitir, los políticos que esos años habían estado en el ostracismo resurgieron y crearon nuevos partidos o revitalizaron los antiguos con los que se presentaron a las elecciones municipales. La sorpresa fue que las elecciones municipales se convirtieron en las ciudades en un rechazo a la monarquía y, aunque ese no era el objeto de la consulta, el rey decidió marcharse. Con lo cual los partidos de derechas y monárquicos se encontraron en una situación muy extraña porque perdían su referente mientras España cambiaba de régimen.

¿Cómo ha estructurado usted el período?
Dado que ya había escrito sobre la Guerra Civil, en este libro me he centrado en el período 1931-1936 que he dividido en tres etapas totalmente diferenciadas. Un primer bienio en el que gobiernan las izquierdas que acometen un proceso renovador como no se había producido antes; un segundo bienio en el que los republicanos apoyados por la derecha revisan todo lo que se ha hecho el período anterior, lo que reduce muchísimo las expectativas de lo que se había conseguido; y un tercer período, que ya es con el Frente Popular, en el que se intenta recuperar lo conseguido en la primera atapa, si bien ya no da tiempo y cuenta con la oposición frontal de la banca, los terratenientes, los empresarios, la Iglesia y de una parte de los mandos militares lo que da pie a que se produzca la sublevación militar.

La última sublevación militar de muchas que no salieron adelante.
Efectivamente, a lo largo de todo el período republicano se había intentado forzar la sublevación militar hasta en cuatro ocasiones, una de ellas con el levantamiento de Sanjurjo y las otras tres cuando, no contentos con la marcha de la democracia, los dirigentes de la derecha acuden a determinados generales para decirles que pongan orden, que intervengan, que frenen el proceso democrático. Si no se levantaron en esas ocasiones fue porque, tras las consultas pertinentes, se dieron cuenta de que todavía el sentimiento golpista no estaba suficientemente extendido en el Ejército o no se contaba con el apoyo de cuerpos como la Guardia Civil no la Guardia de Asalto.

Pero estaban calentando esta situación a lo largo de todo el período.
Hay que tener en cuenta que ya desde el mismo momento en el que en el año 1931 la izquierda republicana gana las elecciones ya se empezó a decir que era un gobierno ilegítimo. Los cambios de destino de los generales, la aprobación de la Ley Azaña que reducía el organigrama militar y que renovó el Ejército que estaba obsoleto ponían de manifiesto lo conscientes que eran los gobernantes de esa espada de Damocles que pendía sobre sus cabezas.

El 14 de abril de 1931 se iza la bandera republicana en Éibar y a continuación sube en Madrid. Aunque, a nivel constitucional, se consideraba un Estado indivisible se cursaron y aceleraron los procesos autonómicos ¿Madrid perdió peso durante la república respecto al resto de España?
No, aunque sí había un temor a perderlo, sobre todo los empresarios y los comerciantes madrileños. Cada vez que el Estatuto de Cataluña daba un paso adelante, ellos se reunían y pensaban que iban a perder su predominio sobre el resto de España. Ese estatuto, que fue el único que realmente se desarrolló, no afectó a Madrid que siguió siendo la cuna del poder político.

Y también la cuna de la polarización política.
Es lógico. Las sedes de los partidos estaban en Madrid y aquí actuaban los grupos armados formados por las juventudes de partidos que como el Partido Comunista o Falange Española eran minoritarios pero que, gracias a sus grupos de acción en la calle, adquirieron notoriedad. Solo así puede entenderse que el fascismo italiano que durante estos años aportó fondos a un partido de derechas como Renovación Española obligara a destinar una parte del dinero a Falange, dinero que terminó armando a las juventudes falangistas que se enfrentaban a las juventudes de izquierda que estaban en la calle.

En Madrid, la UGT era mayoritaria ¿Cuál fue su papel en la República?
Durante el periodo en el que los republicanos de izquierda gobernaron, el sindicato colaboró activamente y, de hecho, obtuvo para los trabajadores una serie de ventajas. No hay que olvidar que el ministro de Trabajo era Largo Caballero, que era su líder. Cuando gobernó la derecha, la situación fue totalmente diferente. La política seguida por Lerroux propició que CNT tomara la iniciativa en la convocatoria de huelgas y paros, lo que obligó a la UGT a actuar conjuntamente, lo que multiplicó la conflictividad laboral en paralelo a la conflictividad política. Ello dio la impresión de que España iba hacia el desastre. Cuando llegó el Frente Popular al Gobierno se volvieron a dar pasos para resolver los problemas más importantes de los trabajadores y UGT inmediatamente regresó al consenso, del que no quiso participar la CNT.

El otro ente con poder era la Iglesia. Una iglesia que en su mayoría acató el cambio, salvo excepciones como el obispo Segura.
Se acató, pero no se aceptó. Cuando el Gobierno decide que las órdenes religiosas no pueden gestionar colegios privados hasta el papa Pío XI publica una encíclica muy dura. La Iglesia acató las leyes, pero se movió con los grupos de derechas para intentar revocar esas órdenes y, de hecho, consiguieron avances cuando en 1933 ganaron la CEDA y el Partido Republicano Radical. Entre tanto, lo que hicieron fue nombrar a particulares afines como representantes en los colegios de forma que siguieron manteniendo el control en la sombra.

Y España dejó de ser católica.
La Iglesia llevó muy mal el tema de la República porque consideraba que iba a acabar con su poderío, con su forma de plantear la sociedad. Vieron cómo se expulsaba a los jesuitas y el Estado se incautaba de sus bienes, cómo se retiraba los haberes a los sacerdotes, cómo se impulsaba la construcción de colegios públicos. En los dos primeros años de la República, el número de centros escolares construidos en Madrid fue tremendo; se levantaron tantos que, aunque en los años 1934 y 1935 el ritmo bajó, por primera vez en la historia, el número de alumnos en colegios públicos llegó a superar al número de alumnos en colegios privados y ello a pesar de que el número de estos se mantuvo.

Es decir, que los que llenaron los colegios públicos fueron los que no estaban escolarizados.
Exacto. El número de alumnos sin escolarizar durante la República bajó en Madrid de 45.000 a 25.000, por lo que, realmente, todos los no escolarizados terminaron en colegios públicos. Y la Iglesia reaccionó ante esa falta de crecimiento.

¿Cómo se viven en Madrid sucesos como la quema de iglesias?
Que existía una inquina por parte de la población hacia la Iglesia era un hecho conocido. El Gobierno provisional de la República lo sabía y la mayor parte de sus mensajes en los primeros días fue para llamar al orden. En este sentido sorprende que los primeros disturbios importantes se produzcan el 10 de mayo, un mes después de las elecciones de 1931, pero bastó un detonante como los enfrentamientos ante el Club Monárquico para que estallara la tensión. Al día siguiente grupos de exaltados incendiaron varias iglesias y conventos. Los sucesos fueron muy graves, pero incluso se han magnificado. En Madrid había 170 conventos y de ellos se incendiaron seis que resultaron destruidos, y se intentó hacer lo mismo con otros veinte, pero el Ejército, por orden del Gobierno, actuó y lo impidió. Solo así se pudo parar esta acción pues la Guardia Civil y los bomberos no podían actuar porque la muchedumbre que rodeaba los edificios se ponía delante y no les dejaban trabajar.

Otro aspecto que tiene que ver con la moral fue la Ley de Cementerios. Hubo un fuerte debate sobre la forma de organizar los camposantos ¿Cómo se planteó ese cambio en la infraestructura, en este caso funeraria, en la ciudad?
Ya venía el gobierno desde los años 20 intentando por todos los medios que las sacramentales dejaran de enterrar y pasara todo a manos del Ayuntamiento, con muy poco éxito porque las grandes familias eran enterradas allí. Por lo tanto, ese tipo de normas y de leyes iban directamente en contra de sus intereses. Los recursos planteados consiguieron que las sacramentales continuaran abiertas para las familias que habían comprado allí su sepultura. Por ello El Ayuntamiento se concentró en comprar suelo para ampliar La Almudena, que ya era muy grande, pero que ellos sabían que iba a ser insuficiente.

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Se sufren en este periodo los efectos de la crisis de 1929.
No había dinero y, todo el que se tenía, se dedicaba a conseguir obras que dieran trabajo al mayor número de personas. Cuando el ayuntamiento republicano tomó posesión y vio las cuentas, se dio cuenta de que necesitaba un cambio. Primero, consiguió que el gobierno le diese por primera vez en la historia una subvención de capitalidad, el germen de la ley actual. Fueron 80 millones repartidos en diez años que se usaron para hacer obras públicas para que la gente pudiera trabajar y ganar dinero. Y eso se compatibilizó con dar hasta 6.000 raciones diarias de comida, que se entregaban en lugares como el Cuartel del Rosario o en los almacenes de Villa. Si no había pan, ni trabajo, se corría el riesgo de provocar un estallido social. Fue una fuente de presión continua. Así, se realizaron obras como la ampliación del paseo de la Castellana, la creación de los nuevos ministerios, la finalización de facultades en la ciudad universitaria, la demolición de las Caballerizas Reales, la sustitución del viaducto, la construcción del mercado de pescados en la Puerta de Toledo y de frutas en Legazpi… Obras para calmar una situación que estaba creciendo en la ciudad. Hay que tener en cuenta que, de 1931 a 1936, el paro pasó de 390.000 a 850.000 personas en toda España. La crisis impactó de manera bestial y la situación era un polvorín en especial en el campo.

¿Por qué?
Porque los terratenientes se negaban a ceder sus tierras, a pesar de la aprobación de la Ley Agraria, una ley que costó mucho en aprobar y que, por debilidad del Gobierno, no se terminó de ejecutar, de forma que fue muy fácil desmontarla cuando la derecha llegó al poder. El campo estaba en manos de contadas personas, grandes terratenientes, que se negaban al cambio y ponían todo tipo de recursos posibles para evitarlo. Los trabajadores del campo, que creyeron que por fin se daba respuesta a una reivindicación histórica, vieron cómo todo terminaba en palabras y ello hizo que cada cierto tiempo se produjeran movimientos campesinos que eran sofocados brutalmente por la Guardia civil, lo que dio lugar a situaciones como lo ocurrido en Casas Viejas.

De los años 20 se había heredado una falta crónica de vivienda como la que vivimos hoy día. ¿Qué hacían los empresarios de la construcción?
En Madrid no se construyó un gran número de viviendas hasta 1935, a raíz de la Ley Salmón. Antes, los empresarios de la construcción prefirieron dedicarse a la obra pública porque daba más rendimiento. El empresario sabía que el dinero estaba en hacer el túnel de la risa, las facultares universitarias o el hipódromo. Apenas había incentivos para la obra privada y eso hizo que las licencias de construcción tocaran suelo. Cuando la obra pública empezó a bajar, el Gobierno, gracias a la ley Salmón, dio grandes facilidades a quienes construyeran viviendas y de esa forma se logró agilizar el sector, pero el proceso no duró mucho pues se frenó con la guerra.

Más allá de la lógica laboral, ¿qué sentido tenía edificar edificios megalómanos y super avenidas en un período de crisis?
En 1929, se había hecho un concurso internacional cuya propuesta ganadora fue la de Secundino Zuazo, que dejaba claro que el crecimiento de Madrid debía producirse hacia el norte y ello obligaba a desmantelar el hipódromo y ampliar el paseo hasta lo que hoy es la plaza de Castilla. Como el Ayuntamiento había incumplido los plazos de la cesión de los terrenos del hipódromo, el ministro Indalecio Prieto revertió los terrenos y acometió la obra. También se plantea crear un gran complejo ministerial porque los antiguos edificios del Estado estaban mal ubicados y no tenían capacidad. No obstante, el principal motivo de obras como la construcción de los mercados centrales o las facultades universitarias era el empleo porque permitían dar trabajo a muchos obreros durante muchos meses, incluso años, mientras que los promotores de edificios privados como el Banco de Vizcaya o el edificio Coliseum querían que las obras dudaran lo imprescindible.

Madrid planteó su crecimiento durante la República: se debatió absorber municipios de alrededor y recibió del Estado la Casa de Campo.
La absorción de pueblos limítrofes fue más una idea del Gobierno que del Ayuntamiento. En el Ayuntamiento, había diversidad de opiniones. Unos querían el crecimiento y otros no por la situación de la hacienda municipal. Si Madrid sufría carencias, los pueblos de alrededor no tenían ni agua, ni saneamiento, ni calles asfaltadas… Indalecio Prieto se dio cuenta que Madrid no podía crecer si no anexionaba a los municipios vecinos y para favorecer el proceso creó una red de carreteras para acercar estas poblaciones a Madrid. Los siguientes gobiernos ya no estuvieron interesados y la guerra interrumpió el proyecto que no se retomó hasta 1948.

¿Y la Casa de Campo?
La Casa de Campo fue una cesión del Estado que se le hizo al pueblo de Madrid y que el Ayuntamiento agradeció pero que no supo manejar durante meses. Tardó en abrirla al público porque tenía que decidir sus usos, mantener las zonas dedicadas a explotación, determinar cómo evitar el vandalismo… Y todo eso sin medios. No es extraño que, en esas circunstancias, cuando ofrecieron al Ayuntamiento comprar el Campo del Moro y la Alameda de Osuna dijeran que no.

La República vive la edad de plata de la cultura española.
En este período confluyen las generaciones del 98, del 14 y del 27. Una época fantástica con una cantidad de intelectuales que yo creo que ha habido muy pocas épocas en las que ha coincidido tanto personaje y además con una estructura que favorece la investigación, que favorece el desarrollo científico y eso lo aprovecha el Gobierno. Además del empuje que se da al desarrollo educativo, instituciones como la Junta de Ampliación de Estudio. la Residencia de Estudiantes o el Ateneo, del que Manuel Azaña había sido presidente, desarrollan actividades culturales importantes. Ahí están las misiones pedagógicas, iniciativas como La barraca de Federico García Lorca, el impulso que se da el teatro. Si bien el número de salas se mantiene en la treintena, en ellas se estrenan en estos cinco años nada menos que 1.258 obras de teatro y zarzuelas como Doña Francisquita o Katiuska. También se incentivan las fiestas populares y el cine sonoro hace que se pase de 36 a 52 cines.

¿Cómo se vivió la revolución de 1934 en Madrid?
Se ha hablado de que se centró en Asturias y en Cataluña, pero se vivió en más sitios, entre ellos en Madrid. Aquí hubo 19 muertos y tuvo una gran repercusión pues, como consecuencia de que los servicios municipales se pusieron en huelga no voy a decir con el apoyo, pero sí la comprensión del equipo de Pedro Rico, el gobierno de Lerroux sustituyó a toda la Corporación democráticamente elegida en el año 1931 por una comisión gestora formada por representantes de los partidos que en ese momento formaban parte del gobierno nacional. Comisión gestora que estuvo desde el 7 de octubre de 1934 hasta el 20 de febrero de 1936, que si bien terminó las obras que ya estaban en marcha, prácticamente no hizo mucho más. Días después, al igual que había hecho en el Ayuntamiento de Madrid, el Gobierno pudo comisiones gestoras en la Diputación de Madrid y en cientos de ayuntamientos españoles.

A partir del triunfo del Frente Popular la situación que ya estaba muy polarizada va a degenerar en una serie de asesinatos de uno y otro signo culminados con el de Calvo Sotelo.
Las izquierdas ganaron las elecciones de febrero de 1936 a las derechas por 150.000 votos en toda España, que era una cantidad muy reducida si se tiene en cuenta que votaron 9,8 millones. Hay historiadores que reducen esa cantidad incluso a 30.000 votos. Los perdedores no aceptaron el resultado y decidieron que era hora de actuar. Y, si bien el Gobierno que salió de las urnas se dio prisa en aprobar nuevas leyes, al igual que había ocurrido en el primer bienio, o en revisar las que habían sido modificadas durante el bienio radical-cedistas, no fue suficientemente ágil en su aplicación. Eso se plasmó en la calle. Los trabajadores cansados de este vaivén exigieron la aplicación inmediata de las leyes en las que habían puesto sus esperanzas, lo que provocó un aumento de la conflictividad que el Gobierno no esperaba. Por otra parte, la derecha se consideró expulsada del poder indebidamente, por lo que decidió que la sublevación militar era la única salida posible. La conspiración comenzó mucho antes de que fuera asesinado Calvo Sotelo. En la calle, la acción de los grupos paramilitares se incrementó, de forma que ya no peleaban grupos callejeros de estudiantes, sino que se atacaba a personas concretas y muy importantes como Luis Jiménez de Asúa, el magistrado Manuel Pedregal, el capitán Faraudo, el alférez Anastasio de los Reyes o el teniente José del Castillo, lo cual caldeó muchísimo el ambiente. Historiadores que han estudiado la ideología de los fallecidos en atentados cometidos durante el período republicano afirman que el 70 por ciento de los muertos era de izquierdas en las ciudades y el 56 por ciento en el medio rural. lo cual prueba que los grupos de derechas tuvieron un papel más activo en este aspecto, si bien eso no justifica la respuesta dada por los grupos de izquierdas. Pero esta diferencia no fue tenida en cuenta por Gil Robles o Calvo Sotelo cuando en las Cortes dieron unas abultadas cifras de asaltos, incendios, robos, atracos, atentados, muertos y heridos, que estadísticamente no se han podido avalar. La sensación de anarquía se incrementó con los enfrentamientos habidos en las Cortes entre diputados de derechas y del Partido Comunista, las manifestaciones callejeras, huelgas como la de la construcción en Madrid o los atentados que crearon un caldo de cultivo que permitió a los golpistas justificar una sublevación militar.

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