Los barrios más jóvenes de Madrid vivieron en marzo de 2020 un confinamiento diferente, con una población que presentaba menor riesgo ante la COVID, pero marcado por la falta de dotaciones. Para muchos habitantes de estos desarrollos, la pandemia abrió una ventana para conocer en profundidad su propio barrio y a sus vecinos.
La primavera de 2020, las calles de las ciudades de todo el mundo se vaciaron de gente, dejándolas paralizadas en el tiempo. En El Cañaveral, la postal se presentaba doblemente sobrecogedora, pues a la ausencia de las personas se sumaba la de la mayoría de los edificios que, a día de hoy, conforman el paisaje del barrio. Algunos de ellos eran tan solo grandes esqueletos de hormigón rodeados de grúas metálicas que habían dejado de moverse por la ausencia de trabajadores.
Miles de personas se vieron confinadas durante el estado de alarma que buscaba limitar los desplazamientos y que prohibía, entre otras cosas, los viajes fuera del municipio. Sin embargo, a El Cañaveral aún no habían llegado la mayoría de sus comercios y sus habitantes no contaban con un solo supermercado. Cinco años después, estos mismos vecinos y vecinas recuerdan como vivieron aquellos días.

Marga, presidenta de la Asociación Vecinal El Cañaveral recuerda, precisamente, cómo las normas, válidas en la mayoría de la ciudad de Madrid, perdían cierto sentido en este desarrollo. “No teníamos ni un supermercado. A parte del barrio le quedaban más cerca los de Coslada, pero estaban obligados a ir a hacer la compra de Vicálvaro porque si no, estaban saliendo del municipio”, cuenta.
Mala cobertura
Pone en valor, sin embargo, la configuración del barrio que permitió una buena calidad de vida a sus pobladores una vez se relajaron las medidas restrictivas en comparación con otras zonas urbanas. “En El Cañaveral tuvimos suerte porque teníamos muchas zonas verdes y de paseo con una densidad de población muy baja”, explica Marga.
Rosa, presidenta de la asociación AVECA, también pone el foco en los días en los que se permitió a la gente volver a salir a la calle, entre otras cosas, para realizar deporte. “Veías a mucha gente corriendo por la calle que normalmente no hacía deporte, eso fue algo muy positivo”, afirma.
Sin embargo, recuerda las dificultades a las que tuvo que enfrentarse el barrio por la falta tanto de dotaciones públicas como de recursos privados. “No teníamos servicios de ningún tipo y todo era más difícil. Para un problema médico leve, que se podría atender fácilmente en un ambulatorio, tenía que venir la ambulancia y llevarte al hospital, con lo que eso implicaba en un momento de miedo”, recuerda Rosa. “Los niños tenían las clases online en un barrio en el que había muy mala cobertura y los chicos se perdían muchas clases”, dice la presidenta.

Uno de los pocos servicios con los que contaba el barrio era el de las farmacias. Pilar, trabajaba (aún lo hace) en el establecimiento que se encuentra en la calle Victoria Kent y rememora esos días con cierta angustia. “Fue horroroso. Este era un barrio en el que la mayoría de los vecinos no hacía sus compras. Aprovechaban sus viajes al trabajo o a cualquier sitio para comprar fuera donde había más opciones y, de golpe, estaba todo el mundo aquí confinado”, rememora.
“Fue increíble el aluvión de gente y el trabajo que hubo que hacer para proveerles de lo que necesitaban. Gracias a Dios nos movimos y conseguimos darle a la gente mascarillas y guantes en un momento en el que era muy complicado conseguirlos”, cuenta Pilar.
Vecinos y comerciantes sufrieron las restricciones, pero también la clase política tuvo que enfrentarse a situaciones completamente diferentes a las que estaban acostumbrados a gestionar. En 2020, Ángel Ramos, actual concejal presidente de Vicálvaro y vecino de toda la vida del distrito, trabajaba en la Junta de Fuencarral-El Pardo. «Fue una situación chocante, inesperada. Todos estábamos asustados e hicimos lo que pudimos. El Ayuntamiento había llegado a un acuerdo con World Central Kitchen e íbamos a repartir comida a gente en sus casas, a través de Servicios Sociales. En el barrio, con mucha precaución, desde la sede del partido a los afiliados y a los vecinos intentamos colaborar en lo posible: hacer recados para personas mayores, compras a enfermos, etcétera», explica Ramos.
Confinamiento en el Ensanche de Vallecas
A varios kilómetros de distancia, otro desarrollo urbanístico, el Ensanche de Vallecas, de características similares, en cuanto a su juventud, pero grandes diferencias en lo referente a sus infraestructuras y población, mucho más elevada en aquel momento, vivía su propio confinamiento.
“Lo más llamativo…” recuerda Rosa María, presidenta de la AV PAU de Vallecas, “fue que los vecinas y las vecinas del Ensanche de Vallecas descubrieron el barrio”. “La COVID nos obligó a pasear el barrio, ya que había que estar al aire libre, así muchas y muchos descubrieron el maravilloso barrio que tenemos”, cuenta.

Tanto es así, que desde la asociación decidieron reunir las fotos que los habitantes del barrio les enviaban, sorprendidos por la belleza de algunos de sus rincones, y elaborar con él un calendario.
Traen también a la memoria algunas propuestas que se llevaron a cabo para adaptar la vida en el barrio a la nueva situación, como la realización del Día de la Tortilla de forma telemática, sustituyendo el parque de la Gavia por una reunión de Zoom; o las iniciativas solidarias protagonizadas por la vecindad. “Con ayuda de nuestras socias y socios montamos cerca de 5.000 pantallas y las distribuimos en centros sanitarios como el Infanta Leonor, la Paz, alguna residencia de mayores… Todo de manera altruista, desde la fabricación al montaje”, explica Rosa María.

Compañerismo
En ese momento, la presidencia de la Junta de Villa de Vallecas y Villaverde residía en Concha Chapa, de Ciudadanos. «Cuando llegó la pandemia, conocía que era lo que estaba pasando porque mi hermano trabaja en Italia y allí había llegado unos días antes. Mi marido es médico e iba a estar también en primera línea frente a la enfermedad, así que decidimos enviar a nuestros hijos con mi hermano y nos dedicamos al trabajo. En las juntas preparamos grupos de Whatsapp y enviamos muy pronto ordenadores a los funcionarios a sus casas. Esa organización temprana nos permitió organizar el servicio social. Los funcionarios respondieron de forma excepcional. Mostraron su nivel moral» relata Chapa
«Tuvimos que juntar los equipos para sacar la tramitación adelante porque hubo que suspender contratos y hacer otros de urgencia. La situación en los distritos que yo gestionaba fue muy dramática porque había muchas necesidades, mucha población envejecida, población de la Cañada sin servicios, familias monoparentales, emergencias de alimentación, había que dar comidas a domicilio… Había que tomar decisiones rápidas en horas constantemente. Te arriesgabas a cometer errores con buena voluntad y yo creo que la gente lo entendió. La situación era tensa pero surgió un sentimiento de compañerismo que consolidó los equipos. También toda la oposición. En la calle, los vecinos se volcaron en ayudar. Los mercados fueron un ejemplo de solidaridad.», cuenta la expresidenta de la Junta de Distrito.
En estos cinco años también han cambiado las caras que integraban la Junta Municipal de Distrito. Ignacio Benito, actual concejal socialista portavoz en Villa de Vallecas y vecino de Santa Eugenia, no trabajaba entonces en el Ayuntamiento, pero recuerda como el mismo pasó la enfermedad durante el inicio del confinamiento. «Los primeros días del covid estaba infectado y tuve los picos de fiebre. Me dijeron que me quedara en casa. No pude ayudar todo lo que quería por eso. El barrio se volcó. Yo me incorporé en cuanto pude a las cocinas de World Central Kitchen para hacer comidas y atendí a personas en situación de soledad», narra el concejal.
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